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Vargas Llosa, la vida propia como punto de partida
Por Franco Sandoval
Como parte del pensum de la carrera de Letras y Filosofía en una universidad jesuita, a mediados de la década de 1980, durante un semestre llevé un seminario dedicado a la obra de Mario Vargas Llosa. En ese tiempo él ya era suficientemente conocido. El programa incluía leer seis obras suyas y un par de libros sobre ella. Era tan amigable quien conducía la cátedra (Max Araujo) que todos le pusimos puntual emoción y ganas a ese empeño. Desde entonces he seguido de cerca la pista literaria de ese galardonado escritor.
Continúo con una anécdota. En una de las visitas que hizo a Guatemala tuve la osadía de pedirle que en la dedicatoria del libro que tenía en sus manos pusiera “para el colega…” Después de echar una mirada al rostro de quien a tanto se atrevía, así lo hizo. Gracias, Mario. El año 2021 visitó de nuevo este país para presentar Tiempos recios en el Teatro Nacional Miguel Ángel Asturias; dos mil asientos ocupados. Esta vez no quise asistir a ese acto. Al final se entenderá por qué mi desinterés.
Ahora que Mario Vargas Llosa acaba de anunciar que se retira de la vida activa (activísima) como escritor, vale la pena empezar a hacer parciales recuentos de su aporte como escritor, conferencista, estudioso del arte literario, polemista y político. Ya dije algo que lo caracteriza, se trata de alguien polifacético a morir, sin mencionar sus andanzas de medio dandi. ¿Cuál será su herencia para el mundo de la cultura? Es legítima la pregunta pero pretenciosa cualquier respuesta cuando la papa está caliente. A menos que uno cuente con una beca sabática de dos años.
Antes de que llegara la década de 1990 —la de su militancia política— yo ya había leído (y a veces analizado) Los jefes, La ciudad y los perros, La casa verde, Los cachorros, Conversación en la catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El hablador.
Tanta afición sentía por un tipo que derrochaba eso que llaman “talento” que aprovechando un viaje que por mi trabajo hice a Lima quise conocerlo y tomarle una fotografía, mejor si yo a la par de él. Me encantaba la idea de ver de cerca su entorno limeño poblado de eternas nubes grises que nunca arrojan lluvia. Hasta al general Velazco que por entonces dirigía una revolución le tomé distante cariño. “Por esta calle pasa haciendo jogging como a las siete de la mañana, me dijo un colega. Pues al día siguiente yo estaba a las 6.30 parado en esa calle esperando el paso del novelista-deportista. “Ya partió a Europa”, me dijeron ese día.
No es suficiente haber leído tales obras para tener una idea justa y completa sobre los temas y técnicas narrativas de Vargas Llosa. Por mi formación socio antropológica dos obras me interesaron y marcaron como futuro escritor de novela histórica: La guerra del fin del mundo y El hablador, la primera por su fecundidad investigativa que la precedió (dos años) así como por la monumentalidad de la obra misma; la segunda por su pobreza como obra literaria a pesar de ser valiosa como reporte etnográfico. En La guerra del fin del mundo, por primera vez el Perú no era el inevitable escenario de fondo de sus novelas. Después tampoco lo serían El sueño del celta (Irlanda), La fiesta del Chivo (República Dominicana), Tiempos recios (Guatemala).
Además de novelista, otra faceta destacada de Vargas Llosa es la de estudioso de la cultura literaria y, últimamente, la de polemista político. En 1958 su tesis de licenciatura sobre Darío terminó con el ambicioso título: Bases para la interpretación de Rubén Darío, una pretenciosa y mal expresada idea ya que el trabajo no es sobre él sino sobre la obra de él. (Es una de mis lagunas no haberla leído, a pesar de que ya está editada en forma de libro).
Se ha vuelto conocida y famosa su tesis de que la novela contemporánea tiene un punto de partida con Madame Bovari de Gustavo Flaubert, obra publicada en 1857 en Francia. Fue esa su primera lectura formal en francés poco tiempo después de haber llegado a París con el sueño de ser escritor que se gana la vida desempeñando tal oficio. Infinidad de veces ha dicho Vargas Llosa que esta es una novela “perfecta”. Lo justifica diciendo que la trama, los personajes y los ambientes están dibujados a la perfección. Elogia también las cartas que Flaubert le fue enviando diariamente a su amiga Colette sobre las dificultades que enfrentaba mientras iba escribiendo su obra. Tal obra fue mi verdadera escuela, dice Vargas Llosa. Después añadirá a William Faulkner, maestro para él y para varios otros del boom latinoamericano. Entender bien esto es otra de mis tareas pendientes.
A la luz de la experiencia lectora y analítica de la obra de Flaubert Vargas decidió que todos sus trabajos literarios debían ser precedidos de sensaciones e imágenes vividas u observadas de cerca; luego, de un esquema que prefigura su contenido. En esto de pensar y planear las grandes líneas de la obra antes de iniciar su escritura somos varios los que seguimos su consejo. De esa manera nunca sufrimos el síndrome de la página en blanco.
No es de extrañar que la traumática experiencia como candidato a presidente del Perú en 1992, con una plataforma liberal y finalmente derrotado por Alberto Fujimori, terminara en detestar ese apellido. El resultado fue nefasto, un gobierno con más sombras que luces, y un ensayo medio autobiográfico: El pez en el agua. Lo que me extraña es que después de esa experiencia él siguiera encandilado con que “la democracia liberal” es el sistema perfecto para el mundo entero. ¿Quería olvidar su concreta experiencia, su preocupación diaria por saber cuántos militantes de su partido serían asesinados? Se encandilaba con Ana Arendt, Friedrich Hayek, Karl Popper y la escuela austríaca.
Hablar de la militancia política de Vargas Llosa inevitablemente nos remite a contrastar esta posición abiertamente liberal con sus tiempos de joven comunista y, ya como escritor, defendiendo la revolución cubana como el camino que debía recorrer cada uno de los países latinoamericanos. Esta fue una ilusión de apenas un par de años, decepcionado por el trato dictatorial que estableció el régimen cubano. De radical a favor pasó a radical en contra de Castro y la revolución que él dirigía.
Me parece meritorio que Vargas Llosa haya emprendido la elaboración de Tiempos recios. Políticamente, aquí se ubica como de centro, preocupado por establecer un balance histórico de la invasión norteamericana que marcó el devenir no solo de Guatemala sino de varios países latinoamericanos. Su tesis la manifiesta con claridad en la penúltima página al calificarla como “gran torpeza de Estados Unidos”. Todo porque el gobierno afectaba intereses del hermano del Secretario de Estado (Míster Foster Dulles), propietario de la United Fruit Company. Además se había nacionalizado el ferrocarril, también norteamericano, y la empresa generadora de electricidad. Algo parecido sucedería dieciocho años después con el gobierno de Salvador Allende en Chile. En medio, el acoso norteamericano por todo lo que sonara a reforma del estado y comunismo.
Como se ve, Tiempos recios tiene algo de novela y un poco de ensayo. En ambos casos de modesta calidad; de hecho plagada de errores; unos pocos de corrección histórica (como cuando dice que la invasión triunfó a finales de 1954 cuando en realidad fue en julio). Encuentro en ella muchísimos descuidos de redacción y estilo. ¿O es prohibido decir esto sobre la obra de un Premio Nobel? Para que no suene a chiste altanero aquí muestro una de las páginas cuyos errores apenas se insinúan. (Si los detallo este trabajo se duplica en extensión) (p. 35)
Para los incrédulos me doy a la tarea de mostrar (solo) una docena de los múltiples descuidos que es fácil detectar: Juzgue el lector en qué consisten estos. Cito literalmente:
“El gobierno advirtió, por militares fieles a él, que…”
“…podían llevarse consigo documentos comprometedores que probaban las intenciones dela Unión Soviética de hacer un satélite de Guatemala.”
“La Nunciatura Apostólica informó de que iba a entregar a sus aliados…”
“Entonces lo comían los remordimientos.”
“Gacel conocía los burdeles de la ciudad de Guatemala al dedillo, que andaban la mayoría esparcidos por el barrio promiscuo de Gerona.”
“La famosa Marta no salía casi a la calle.”
“Tú me respondes, vos.”
“Gacel parqueó el auto y bajó con un alto de papeles en la mano.”
“¡Que la compasión de Dios los tuviera a ambos en el cielo!”
“Despertó oscuro todavía.”
“Comprobaron que se lo devolvía en mejores condiciones que lo alquiló…”
“… encontró a su compañero triste como una noche.”
Y etcétera. Esta docena de errores —igual que muchos otros— no son errores de traducción, como muchas veces sucede. En castellano fue escrita la obra, y en este idioma la hemos leído. Este tipo de textos los utilizo en La pluma del colibrí (escuela de formación de escritores) para mostrar lo delicado que es publicar una obra y que, por eso, es imprescindible la constante revisión, propia y de colegas que comparten pasión por la excelencia. No solo muestro descuidos de Vargas Llosa sino de autores a los que admiro mucho como Roald Dahl; incluso cuestiono una posible pifia en el comienzo de Cien años de soledad. (Sugiero revisar y analizar).
¿Qué caracteriza el estilo de las novelas de Mario Vargas Llosa? Realicé varios análisis académicos de sus primeras novelas publicadas y, con menos rigor, también de las últimas. En síntesis, tienen dos características en cuanto al manejo del tema y del tiempo. Casi siempre repite esta estructura: alternancia de dos temas relacionados, al mismo tiempo que del tiempo presente de la historia con otro asunto que sucedió antes. No se trata del desarrollo lineal o secuencial de la historia sino de un juego en forma de zigzag. En cierta manera, esos saltos para adelante y para atrás son un reto para que el lector vaya integrando los elementos narrativos. También se caracteriza por una retórica de escasos adornos. Tan pocos que cuando los usa no son tan afortunados como cuando dice que “encontró a su compañero triste como una noche.”
Encuentro muy afortunado que tanto en su obra de ficción como en los ensayos Vargas Llosa describe de manera sistemática lo personal o el caso a la par del entorno o marco teórico-social. Otro rasgo muy suyo es partir de la propia vida para el desarrollo de sus narraciones, incluidas sus columnas de prensa. En las novelas esto no es obvio pero él mismo se ha encargado de decirlo en sus clases y conferencias. Por cierto, dando una serie de conferencias en la universidad de Princeton se hallaba cuando le llegó la noticia de que la academia sueca le confería el premio Nobel. Esa noche hubo coctel en la universidad y desfile por las calles de Paterson de cien mil peruanos residentes en esa ciudad cercana a Nueva Jersey.
También aplaudo su constante dedicación al estudio y la teoría literaria. Era, pues, un escritor consciente, por eso un tanto frío en el trato de los temas y argumentos. Como orador comparte con claridad y elocuencia sus argumentos. Eso lo lleva a ser un ameno dialogante y discursante. Buen ejemplo de ello lo tenemos cuando habla sobre la civilización como espectáculo, título, por cierto, de uno de sus valiosos ensayos.
Quizás por afán nacionalista me interesé por conocer su juicio sobre Hombres de Maíz, la novela más emblemática de Miguel Ángel Asturias, escritor guatemalteco premiado con el Nobel en 1967. Confiesa que esta obra tiene cierto “hermetismo estilístico”, que desorienta por “la confusión temporal”, el “empleo continuo y a veces obsesivo de la metáfora, la escritura automática y de juegos retóricos”. En general la valora como una “vasta alegoría de lo que ocurrió a la humanidad”. Al final de cuentas plantea que esta obra refleja algo que él mismo apreciaba en Flaubert: “Crear no quiere tanto decir fabricar con la mente cosas que antes no existían en la realidad, como adaptar, mediante sutiles combinaciones simbólicas y retóricas, la experiencia personal a aquella suma de experiencias que constituyen ya el acervo de la realidad humana”.
© Francisco J. Sandoval.
Escritor y científico social. Autor de La última batalla (Literatura Abierta, 2023)