
ACTUALIDAD
Actualidad. Pensamiento. Filosofía. Teología. Religión. Sociedad
Se vende La Cibeles
Siempre se ha dicho lo sano que es reírse de uno mismo… pero la experiencia parece mostrar que es más divertido reírse de otro. Colgarle un monigote de papel a la espalda; pegar al suelo una moneda para que intente cogerla al pasar; avisar de que se lleva su coche la grúa… “Al salir hoy a la calle –comenzaba el 28 de diciembre de 1908 José María Salaverría su columna en ABC–, todo español despabilado llevará una fuerte preocupación entre una y otra ceja. Hoy es el día de los Santos Inocentes… ¡Por Dios, que no nos engañen!”. Un día al año tenemos cierta bula para gastar bromas sin que se enfade la víctima y poner así en evidencia que cualquiera conserva algo de inocencia. Es el Día de Inocentes, en el que desde el siglo XIX, la prensa adoptó la costumbre, extendida entre la población, de gastar bromas. En su caso, colando entre sus noticias alguna falsa, de modo que cada 28 de diciembre los lectores (y luego los radioyentes y televidentes) aguzaban su atención para descubrir el engaño. Y por más delirantes y sorprendentes que fueran algunas noticias que se publicaban, muchas se creían y se comentaban, y las hubo que tuvieron consecuencias imprevisibles.
La primera pregunta que surge ante las inocentadas de cualquier tipo es cómo pudo ser que la conmemoración que la Iglesia hace de la matanza de los inocentes a manos de Herodes derivase en una festividad consagrada a la broma. Poco se sabe con certeza. Si acaso, que es el poso de fiestas antiguas cimentadas en la inversión de roles y la transgresión de valores (saturnales, fiesta de los locos, obispillo de Inocentes…) que, aparte de los entornos particulares, hallaron asiento en dos espacios básicos: el teatro y la prensa. En las funciones teatrales, la transgresión se sustentaba en la programación de obrillas a veces absurdas, a veces sorprendentes, y que a veces implicaban que los actores hicieran papeles femeninos y viceversa. En la prensa, nada podía ser más transgresor que el hecho de que algo tan solemne como un periódico, tan vinculado en origen con la verdad, se permitiera vacilar a su lector con noticias inventadas. Tanto las inocentadas teatrales como las periodísticas las encontramos en pleno auge a finales del XIX, pero mientras las primeras desaparecieron en los últimos años del reinado de Alfonso XIII, las de prensa pervivieron durante todo el siglo XX.

José M. Burgueño (Dcha.) con Gonzalo Sáenz
Así, durante casi siglo y medio, con épocas más prolíficas y otras más yermas; con medios muy adeptos y algunos otros manifiestamente hostiles; desde cabeceras respetadas, televisiones nacionales y radios, o últimamente a través de medios digitales y redes sociales; los 28 de diciembre, en España y Latinoamérica, y los primeros de abril, en casi el resto del mundo occidental, miles de noticias inventadas han tratado de engañar a los lectores y muchas lo han conseguido. Era uno de los entretenimientos del día: descubrir las inocentadas que publicaban los periódicos, esas historias más o menos divertidas, pero siempre sorprendentes, que mantienen su apariencia informativa y algún punto de verosimilitud: grandes catástrofes o delirios urbanísticos; giros inesperados en política; inventos improbables; noticias fantásticas del mundo del deporte y otras muchas inclasificables, han puesto a prueba cada año el candor o el colmillo de las audiencias, y a menudo de los propios medios, que no pocas veces han picado con las inocentadas de otros colegas o las urdidas por instituciones o empresas.
Nunca se había hecho una búsqueda y recopilación detallada de las inocentadas publicadas en la prensa en España. De todas formas, esta antología que presentamos no es una compilación exhaustiva de todas ellas. En primer lugar, nos hemos centrado 6 fundamentalmente en la prensa de Madrid, no porque sean privativas de aquí –también hay tradición potente en algunos periódicos locales o regionales–, pero se dice que después del chotis y los callos, no hay nada más castizo que las tradicionales bromas periodísticas del día de los Inocentes y, como en la greguería de Gómez de la Serna, “una pedrada en la Puerta del Sol mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España”. Luego, no siempre están completas las colecciones de periódicos que se conservan en las hemerotecas; pero además, es seguro que más de una inocentada –especialmente cuanto más antiguas, ya con el contexto más lejano– habrá pasado inadvertida a nuestro detector de inocentadas. Y al mismo tiempo, otras, precisamente por estar ya fuera de contexto precisan de una explicación o una nota al pie, sin la que, en muchos casos, ni el más erudito captaría la chanza, y a veces solo con la contextualización es posible captar la gracia. En todo caso, en la selección hemos ahorrado al lector muchas de estas inocentadas más oscuras y en muchos casos menos ingeniosas.

Captura del monstro del Lago Ness
A través de las inocentadas que se publicaban, y las que tenían más éxito, se puede entender mejor el tipo de sociedad que había en cada época, y cómo iba cambiando. Nos indican un poco el estilo de humor de cada momento, qué es lo que le hacía gracia a la gente y qué no, o qué podría ser verosímil en las sucesivas sociedades. En cada generación se ha puesto en cuestión la existencia de todo grado de inocencia o candor en la población, y por tanto se cuestionaba la propia inocentada. Pero esto lo encontramos también en tiempos en los que el público se partía de la risa al ver actores con faldas y tocados y actrices con pantalón y corbata.
Si hemos llegado a aceptar –contra toda intuición– que la Tierra es redonda y gira alrededor del sol, que el hombre procede del mono, que hemos pisado la luna o que una vacuna desarrollada en pocos meses es eficaz contra una pandemia global, ¿por qué no creer que de una fuente del Retiro manaría vino en Nochevieja; que Venecia sustituye sus góndolas por lanchas motoras; o que se ha avistado una ballena en la Casa de Campo o se ha prohibido la barba en Barcelona? En este mundo desconcertante, en la era de la desinformación, y en estos tiempos en los que casi todo es posible, cada vez es más difícil distinguir lo real de lo falso. Debemos decidir en qué creer y cómo actuar en consecuencia, y por eso hay quienes están convencidos de que la tierra es plana; que no existieron los dinosaurios; que han sustituido los pájaros por drones que se recargan al posarse sobre los tendidos eléctricos; o que el Covid 19 ha sido una invención de unas élites. Cualquiera de estas historias un 28 de diciembre (como el titular que publicó la web del diario El Universal de México en septiembre de 2020, totalmente infundado; “Bill Gates confirma que van a implantar chips en las vacunas del SARSCoV2”) habría dado lugar a divertidas inocentadas. Pero, igual que las denominadas fake news, los hechos alternativos o la posverdad (que nuestros abuelos llamaban sabiamente mentiras), estas teorías conspirativas son peligrosas y generan tropas de negacionistas, que pueden ciertamente ser inocuos, pero también pueden resultar de lo más nocivos.

Concluía Salaverría en el citado artículo de 1908: “Por mi parte, que vengan todos cuantos quieran a engañarme; (…) mientras me engañen, sabré que aún puedo contar con la juventud, y aunque pesen ochenta años sobre mi cabeza, en tanto que posea la virtud de ser engañado, me sentiré joven. Porque la inocencia es igual a la juventud. Y se tienen ilusiones cuando se es inocente. ¡Y nada hay tan rico bajo el firmamento como la ilusión! Es verdad que el engaño duele mucho; pero un algo de dolor, casi es conveniente para tirar del carro de la vida, como la sal es conveniente para los guisos.”
© José Manuel Burgueño. periodista y escritor. Autor de Se vende la Cibeles
Núm. de páginas:244
Editorial: LITERATURA ABIERTA
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN:9788412585865