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DEVOCIONARIO

Oraciones católicas y prácticas piadosas para uso de fieles. Hagiografía. Testimonios

𝐒𝐚𝐧𝐭𝐚 𝐋𝐮𝐜𝐫𝐞𝐜𝐢𝐚 𝐝𝐞 𝐂𝐨́𝐫𝐝𝐨𝐛𝐚, 𝐯𝐢𝐫𝐠𝐞𝐧 𝐦𝐚́𝐫𝐭𝐢𝐫.

Lucrecia (o Leocricia) nació en Córdoba, a principios del siglo IX, en el seno de una rica familia musulmana, aunque fue instruida secretamente en la religión cristiana y bautizada por San Eulogio, gracias a una monja pariente suya llamada Liliosa. Lucrecia mantuvo durante mucho tiempo en secreto su conversión, pero finalmente se lo reveló a sus padres, los cuales trataron de hacerla volver a la fe musulmana, primero con lisonjas y, finalmente, de manera forzosa: amenazas, castigos, trato inhumano, etc.

 

Algunas fuentes dicen que quién la instruyó en el cristianismo fue una esclava cristiana, pero es más fidedigno que fue esta pariente llamada Liliosa, a la que no podemos confundir con Santa Liliosa, la esposa de San Félix, ambos mártires mozárabes en Córdoba.

Viendo que sus padres le hacían la vida imposible y temiendo flaquear en algún momento, convino con San Eulogio el simular ser condescendiente a la voluntad paterna, diciéndoles que le dieran un tiempo para pensárselo mejor. Sus padres, confiados en su palabra, dejaron de atosigarla y le dieron más libertad. En cuanto pudo, Lucrecia, de acuerdo con San Eulogio y con su hermana Anilona, con el pretexto de visitar a unos familiares que se casaban, escapó de la casa paterna, siendo acogida en la casa de unos amigos de San Eulogio. Cuando sus padres se dieron cuenta, trataron de buscarla por toda la ciudad de Córdoba, tarea que fue infructuosa ya que San Eulogio procuraba mantenerla escondida, aunque fuese mudándola continuamente de alojamiento. Desesperados, sus padres decidieron denunciar su fuga ante el juez, el cual llegó a atormentar a algunos cristianos, libres y presos, para que denunciaran dónde estaba Lucrecia.

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Mientras tanto, nuestra santa, aunque cambiando de refugio constantemente, se dedicaba a la oración, al ayuno, a la lectura de libros piadosos y a la penitencia. Como Lucrecia le tenía un gran cariño a su hermana Anilona, decidió un día hacerle una visita tanto a ella como a San Eulogio a fin de pasar una noche con su hermana y con la intención de que antes de que amaneciera, volver a su escondite. Pero a causa de un retraso de la persona que debía acompañarla a la casa en la que estaba escondida, San Eulogio decidió que no saliera a la calle a plena luz del día y que se quedara en su casa.

Fue entonces cuando un musulmán, mandado por los padres de Lucrecia a espiar a San Eulogio, pues creían que el santo estaba al corriente de donde se encontraba su hija, denunció ante el juez que Lucrecia estaba en la casa de San Eulogio. El juez envió a unos soldados para que la buscaran y, en efecto, la encontraron en la casa. Los soldados condujeron a Eulogio y a Lucrecia ante el juez y los encerraron. San Eulogio fue condenado y ajusticiado en el acto, mientras que el juez, con todos los medios a su alcance, intentó convencer a Lucrecia para que renegase de su fe en Cristo y volviese a la fe mahometana. Pasados cinco días y viendo que sus promesas y amenazas caían en saco roto, la condenó a morir decapitada. Era el 15 de marzo del año 859.

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El cuerpo de la mártir fue arrojado al río Guadalquivir, pero milagrosamente quedó a flote y pudo ser recuperado por unos cristianos que le dieron sepultura en la iglesia cordobesa de San Ginés. En dicha iglesia permaneció hasta el año 883, cuando un sacerdote toledano llamado Dulcidio, legado del rey Alfonso III el Grande, pudo recuperar los cuerpos de Eulogio y Lucrecia y llevarlos a Oviedo. Eso fue consentido por los musulmanes, pues el rey Alfonso III y el emir de Córdoba habían pactado una tregua en la lucha entre ambos.

Aunque los cristianos cordobeses entregaron con dolor los cuerpos de ambos mártires, lo hicieron ya que sabían que en Oviedo, que era zona cristiana, las reliquias de los santos no corrían el peligro que corrían en Córdoba. En Oviedo, los cuerpos de los Santos Eulogio y Lucrecia fueron recibidos con todos los honores, tanto por el rey como por el obispo Hermenegildo y, puestos en una urna de ciprés, fueron depositados el día 9 de enero del año 884 en el altar de la cripta de Santa Leocadia. Este traslado pasó al misal mozárabe y en Oviedo comenzó a celebrarse en este día. Junto con las reliquias de los mártires se trasladó también el Elogio de los mártires de Córdoba, escrito por San Eulogio, que fue impreso por primera vez en el siglo XVI por Ambrosio de Morales.

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En el año 1300, como consecuencia de un milagro atribuido a ambos santos, sus reliquias fueron puestas en un arca de plata, en la que aún permanecen y por orden del obispo Don Hernando Álvarez, transferida a la “cámara santa” de la catedral ovetense. Algunas reliquias insignes de ambos santos retornaron a Córdoba, siendo colocadas en la iglesia de San Rafael, el día 11 de abril del año 1737. La festividad litúrgica de Santa Lucrecia se celebra el 9 de enero.

© Antonio B. Avilés. Español seglar, geólogo jubilado e interesado en la hagiografía. Facebook: Avilés Antonio (Santoral y Reliquias). 

Nota del autor: Para realizar este artículo he utilizado lo escrito por Joaquín Lorenzo Villanueva, publicado en Madrid en el 1792 y los trabajos de Monseñor Justo Fernández Alonso, doctor en Historia Eclesiástica y director de la sesión histórica del Centro de Estudios anexo a la iglesia de Montserrat en Roma.

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