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Ixquic sometida a pruebas
El árbol donde colocaron la cabeza de Jun-Junajpú se empezó a cubrir de frutos, a pesar de que ese árbol jamás había dado un solo fruto. Muchas jícaras dio esta vez, tantas que entre ellas ya no se distinguía la cabeza de Jun-Junajpú. Al ver la abundancia de frutas redondas Jun-Camé, Vukub-Camé y los demás de Xibalbá ordenaron:
—Que nadie coma una sola fruta de este árbol, que nadie se asome a verlas.
Por boca de su padre Cuchumaquic, la doncella Ixquic conoció la historia del palo seco que recién ha dado enormes jícaras.
Se siente tan admirada que se dijo a sí misma: “Según lo que dicen, son sabrosos los frutos de ese árbol. ¿Por qué no habré de ir a verlo?”
Y se puso en camino, sola y sigilosa, hasta llegar al pie del árbol. Al verlo se quedó maravillada y se dijo: “No me iré sin probar uno de estos frutos. No creo que muera solo por probar una fruta tan sabrosa”.
En tales pensamientos se encuentra cuando le habló la cabeza que está en medio de los frutos:
—¿Qué deseas? Las que parecen frutas de este árbol no son sino calaveras. Aun sabiéndolo, ¿deseas probar una de las frutas?
—Sí deseo —responde Ixquic.
—Entonces extiende hacia acá tu mano.
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La joven extendió su brazo y en el instante cayó un chisguete de saliva en la palma de su mano. Esto le dijo una voz del árbol:
—Con mi saliva te doy mi descendencia. A partir de ahora mi cabeza dejará de hablar porque ya no es más que una calavera. Lo mismo les pasa a los reyes cuando se pierde la carne que les da hermosura; su calavera también espanta a los hombres. Los hijos son como la saliva, sean hijos de rey o de cualquier persona. La condición que uno tiene, sea rey o artista, no se pierde; se hereda; eso mismo he hecho yo al escupir tu mano. Camina por la superficie de la tierra y confía en que no morirás.
Así le habló a Ixquic la cabeza de Jun-Junajpú.
La doncella, poblada de inquietud y sueños, volvió a su casa. Poco tiempo después sintió que el vientre se le iba hinchando. Al sexto mes, su padre Cuchumaquic se dio cuenta que ella estaba embarazada y se reunió en consejo con Jun-Camé y Vukub-Camé para decirles, con pena:
—A mi hija le está creciendo el vientre; ha sido deshonrada.
—Oblígala a decir la verdad; si se niega, hay que sacrificarla —le dijeron los señores.
—Muy bien —contestó Cuchumaquic; en seguida se puso a interrogar a su hija.

—¿Quién es el padre del hijo que tienes en el vientre, hija mía?
—Yo no he conocido varón —le respondió Ixquic.
—Si mientes eres una ramera —le dijo, encolerizado, su padre; en seguida llamó a los búhos mensajeros y les ordenó:
—Llévensela y traigan su corazón en una jícara.
Los cuatro búhos se llevaron a la joven; llevan también un vaso de jícara y un cuchillo de obsidiana.
—No me maten, mensajeros de Xibalbá; lo que llevo en el vientre me empezó a crecer después que fui a ver el árbol de frutas donde pusieron la cabeza de Jun-Junajpú. ¡A mí no deben sacrificarme!
—Por nuestra parte no quisiéramos quitarte la vida; pero, ¿qué habremos de llevar a tu padre en el fondo de este recipiente? ¿Acaso no nos dijo “traigan su corazón dentro de una vasija”? ¿Qué le habremos de llevar dentro de la jícara, entonces? Nosotros no quisiéramos que murieras, pero...
—Pongan en el vaso de jícara un poco de sangre de ese árbol.
—No está bien que les obliguen a matar a las personas. No está bien que mi corazón sea quemado ante los señores.
Al golpearlo, del árbol de grana brotó un líquido rojo que al caer en el vaso se coaguló y se convirtió en una bola; su apariencia se hizo brillante, muy semejante a una pelota de sangre.
—¿Por qué no se van de regreso a su tierra, donde tienen su habitación y alimento?
—Antes debemos ir a mostrar la substancia que parece que fuera tu corazón —le dicen los búhos mensajeros.
Llegaron ante los señores de Xibalbá, quienes los están aguardando con enorme expectación. Al no más llegar les preguntaron:
—¿Ya se cumplió la sentencia?
—En el fondo de la jícara está el corazón de Ixquic.
—Muy bien, quiero verlo —dice Jun-Camé tomando con sus dedos la sangre coagulada. En seguida mandó atizar el fuego ordenando que pongan encima el corazón de Ixquic.
Cuando los de Xibalbá comenzaron a sentir una extraña y aromática fragancia se pusieron pensativos y se van quedando dormidos.
Los búhos mensajeros, animados por la doncella, emprendieron vuelo hacia las montañas donde ellos habitan desde entonces.
De esa manera fueron engañados los señores de Xibalbá.
Llegó Ixquic a la casa de Ixmucané, la abuela de Jumbatz y Junchouen. Al llegar le habla así a la anciana:
—He llegado, señora madre; soy tu nuera.
—¿De dónde vienes? ¿Dónde están mis hijos? ¿Acaso no murieron en Xibalbá? Sal de aquí. ¡Vete! —le grita la anciana.
—En verdad soy tu nuera. Jun-Junajpú vive en lo que llevo en mi vientre. Si miras bien verás su imagen en lo que yo llevo adentro.

Al oír esto Jumbatz y Junchouen se enfurecieron. Ellos se entretienen tocando flauta, cantando, pintando y esculpiendo; en eso pasan todo el día y son el consuelo de la abuela. Han llegado a ser hábiles tocadores de flauta, cantores, pintores, escultores, joyeros, plateros.
Todas las artes han aprendido y practicándolas se entretienen.
Grandes artistas son Jumbatz y Junchouen.
La abuela le dijo a Ixquic:
—Eres una mentirosa y embustera. No quiero que seas mi nuera. Mis hijos ya han muerto. —Piensa un momento y luego le dice—: Pero está bien; demuestra que de verdad eres mi nuera: anda al campo, tapisca unas matas de maíz y trae una red que sirva para alimentar tus hijos. Si logras eso me demostrarás que en verdad eres mi nuera.
—Muy bien —contestó Ixquic.
Se fue al campo de cultivo y sólo encontró una mata de maíz. Al ver esto su corazón se llena de angustia y se dice: “Pobre de mí, ¿dónde conseguiré una red de maíz, como se me pidió?”
Cogió los pelos de la mazorca de la única mata de maíz. Con fe volteó su cara hacia el cielo e invocó al guardián de los alimentos. Con un suave jalón arrancó los pelos de la mazorca y los puso dentro de la red.
Al bajar la vista del cielo nota que la red se va llenando de mazorcas de maíz. Contenta, emprende camino de regreso a casa.
Como la red pesa tanto, los animales le ayudan a cargarla. Al llegar, con suavidad la ponen en una esquina de la casa. La anciana va a verla y, sorprendida, le dice:
—¿De dónde has sacado todo esto? De seguro que arruinaste mi plantación de maíz.
La abuela se fue al campo y ve que la única mata de maíz está allí; sólo encontró las huellas de sus pasos en el lugar donde Ixquic ha llenado la red. Volvió de prisa a su casa y le dice a la joven:
—Esta señal es prueba suficiente de que eres mi nuera. Ya veremos si en tu vientre están las obras de unos sabios.
© Extracto del libro Popol Vuh. Versión transparente de Franco Sandoval, antropólogo y escritor. Maestro de la Literatura Histórica.
Editorial: Literatura Abierta
Edición: 5ª ed. (08/11/2023)
Páginas: 136
Idioma: Español
ISBN 9788412691467
El Popol Vuh (‘Libro del Consejo’) es el nombre de una recopilación de narraciones míticas, legendarias e históricas del pueblo quiché, el pueblo indígena guatemalteco con mayor cantidad de población. Este libro, de gran valor histórico y espiritual, ha sido llamado el Libro Sagrado de los mayas. Es considerado “obra maestra de la literatura indígena mesoamericana” (Mercedes de la Garza), “monumento principal de la literatura indígena de todo el mundo” (Gary Gossen), “la obra más grande y genial que nos legaron nuestros antepasados” (Antonio Villacorta), “documento único de la historia humana” (Rafael Girad). Adrián Recinos, uno de los estudiosos y difusores de esta obra, estima que “la existencia de un libro de tan grandes alcances y mérito literario es bastante para asignar a los quichés un puesto de honor entre las naciones indígenas del nuevo mundo”.