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Carta de un padre a su hijo filósofo
La paternidad espiritual como remedio para los males del mundo de hoy
La paternidad define para siempre quien somos para alguien, aprendiendo a no refugiarnos en la soledad de la indiferencia y a no salir huyendo, aprendiendo a descansar en la personalidad del hijo...
La paternidad es acompañarte, hijo, en el insustituible y misterioso arte de la amistad, con todas las virtudes que la acompañan: generosidad a la hora de compartir momentos entrañables, fidelidad a las intimidades confiadas por el hijo, alegría ante el sufrimiento (asumiendo su sentido y sus funciones antropológicas: toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad, revisión profunda de la jerarquía de valores, saber pedir ayuda y consejo, abandonarse en la voluntad de Dios que siempre cumple sus promesas...), humildad para iluminar y acompañar pacientemente la vocación divina y misteriosa de nuestro hijo, etc.
San José de Raúl Berzosa
Ser padre es asumir nuestros miedos y limitaciones, tomando conciencia de que nuestro hijo nos quiere como somos, incluso, gravemente enfermos. Qué bello ser papá, qué inagotable ser tu padre.
Me enseñas a meditar, reflexionar y saber permanecer en silencio, aprendiendo a vivir las claves de lectura que Dios nos ofrece para aprender a sondear los entresijos de lo real, su consistencia ontológica y su proyección moral.
San José de Raúl Berzosa
Lo que más hace sufrir no es el cuerpo, sino el corazón. No es el dolor, sino el sinsentido. No es la muerte, sino la soledad: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su Cruz cada día y sígame" Lc 9, 23. Es decir, tomar la Cruz, ser sencillos como niños y prudentes como ancianos; humildes como filósofos y perseverantes como guerreros.
El hombre honrado e íntegro, de una pieza, causa admiración por el vigor sereno con el que obra, el equilibrio de sus manifestaciones, la suave y dulce firmeza de sus decisiones, su cordial pero poderosa fuerza de voluntad (atemperada por las obras de misericordia, especialmente, las espirituales: aconsejar a los que dudan, enseñar a los ignorantes, corregir al que se equivoca, consolar al triste, perdonar las ofensas, sufrir con paciencia los defectos de las personas con las que convivimos habitualmente, rezar por vivos y difuntos), su paz y alegría interiores, su sentido del humor como fruto de su visión trascendental y profunda de lo real, su saber estar en todas partes, su poder prescindir sin alterarse de lo superfluo, e incluso de lo necesario e imprescindible sin quejas, su buen ánimo en las adversidades, los desencuentros, los desamores y las traiciones de los allegados, su sencillez y magnanimidad cuando la fortuna le sonríe
La vida tiene en estas personas una profundidad y una elegancia que no tienen otras. En todas las culturas, hijo y filósofo, ha habido y hay hombres en los cuales se puede reconocer la huella imborrable de la SABIDURÍA profunda de vivir.
© Juan Francisco González Subirá. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Navarra; profesor de Educación Secundaria. Autor de Aprender a ver cine. La educación de los sentimientos en el séptimo arte. Ediciones Rialp. Madrid. 2021. (4.ª edición).
Bibliografía:
Lugar al que siempre se vuelve. Reflexiones sobre la familia. EUNSA. Rafael Alvira
San José. RIALP. Fabio Rosini