DEVOCIONARIO
Oraciones católicas y prácticas piadosas para uso de fieles. Hagiografía. Testimonios
¿Hay gente que sana con las manos?
Para el reconocido sacerdote y teólogo católico José Antonio Fortea, "hay personas que en sus manos tienen un poder sanador. Sujetos cuyas manos desprenden energías que pueden ser sentidas por la persona que recibe esa imposición de manos. Esa misteriosa energía puede actuar sobre el cuerpo, pero también sobre la mente. De forma que el que tiene ese don, a veces, puede serenar a alguien, tranquilizarle de sus miedos, consolar su tristeza por algún tiempo al que llegó deprimido, etcétera".
Para el Padre Fortea normalmente, la sanación física que se produce por personas que imponen las manos con un don psíquico se reduce a que disminuya el dolor, a que la persona se sienta mejor, a que mejore una enfermedad. Esa energía que se puede desarrollar con un poder psíquico es limitada. Actúa de un modo real, pero es limitada. Pero Las sanaciones totales, perfectas, instantáneas de enfermedades muy graves son un don celestial y no fruto de un don psíquico".
El don psíquico puede hacer que alguien se vaya curando poco a poco de una enfermedad de la piel en una zona del cuerpo, pero solo Dios puede curar de golpe una úlcera de estómago. El don psíquico puede tener una influencia positiva sobre esa úlcera, puede ayudar a su curación lentamente sesión tras sesión, pero todo entra dentro de lo natural. Como entra dentro de lo natural, por ejemplo, la acción de las hierbas medicinales.
Es cierto —nos dice el Padre Fortea—, que todos los dones, los celestiales y los psíquicos, cuanto más se usan, más se desarrollan. Esto puede parecer extraño en los dones celestiales, pero es así. Alguien que tiene el don celestial de curar, si dedica más y más tiempo a ello, más desarrollará ese don.
No pocos de los que tienen un don otorgado por Dios, suelen ocultarlo y nadie sabe que lo tienen. Otras, tratando de desarrollar ese don, lo impurifican con técnicas que cada vez tienen más de mágico.
Padre Fortea
Pocas personas con dones, tienen la suerte de dar con un grupo de oración, un sacerdote o un entorno parroquial adecuado para poder usar ese don en bien de los demás.
Las personas que tienen un Don, por supuesto, no piden dinero por ayudar al prójimo. La ambición de dinero, el deseo de fama y el afán desmedido de desarrollar el don suponen primero la impurificación del don, y finalmente su extinción. A menudo, en ese don divino se va infiltrando el demonio con su soberbia. Y en algunas ocasiones, antes de que el don se extinga, ha ido siendo sustituido por dones que vienen de abajo y no de arriba.
Así le fue revelado a la mística italiana María Valtorta por Jesús, "mas en lo sobrenatural, en lo extranatural, hay dos corrientes, como dos ríos: el que viene de Dios y el que viene del Enemigo de Dios".
Considerados exteriormente, superficialmente, los fenómenos son casi idénticos, porque Satanás, con la perfección de su maldad, sabe simular las cosas de Dios.
Mas un rasgo de los fenómenos producidos por los dones que proceden de Dios es la paz profunda, el orden que hay en ellos y que se comunica a quien está presente.
En cambio, en los fenómenos que no son de Dios, siempre hay desorden y, después del chisporroteo de los cohetes que deslumbran, hay humo y niebla que ofuscan la pureza de la luz preexistente.
Todo se transforma en quien recibe y desarrolla el don divino. Surge en él una voluntad impetuosa de hacer la voluntad de Dios, por lo que no lo hace en fases lentas de elevación como sucede en la común voluntad de santificarse, sino que el alma se eleva y cambia de lo que es a lo que Él quiere que sea, con rápidos y, sin embargo, duraderos tránsitos.
María Valtorta nos dice en sus revelaciones que son almas guiadas por la buena voluntad, que demuele y destruye todo lo que en ellas es pasado, todo lo que constituye el yo antecedente y las vuelve a modelar en su nueva forma, según el deseo de Dios.
Advierten que van mudándose en bien, pero nunca están satisfechas del grado de bien que han alcanzado y trabajan para lograr una perfección aún mayor.
Y no lo hacen por el propio orgullo, sino por amor a Dios.
Por el contrario, en las almas de quienes son falsos instrumentos de Dios, falta esa infatigable metamorfosis hacia la santidad. se enorgullecen y explotan su pretendido don para sus intereses personales.
Algunas veces, hasta han recibido realmente un don divino. Pero reposan en el orgullo de ser "algo". Y ese "algo" crece día a día como un animal archinutrido. En efecto, está nutrido sobremanera por el orgullo que Satanás derrama silenciosa y abundantemente en torno a ellos. Ese "algo" se vuelve enorme, enorme, monstruoso.
Es un monstruo porque pierde el aspecto original, el de Dios, y toma el aspecto satánico. Se ponen una aureola de luces falsas. Explotan su más o menos relativa celebridad para coronarse.
Y se contemplan y dicen: "No soy como los demás. Estoy por encima de todos!". Y, de este modo, se enceguecen hasta el punto de no saber ver lo que son. De este modo, se vuelven sordos hasta el punto de no saber oír la diversidad de las voces que hablan en ellos. ¡La voz de Dios es tan diferente de la de Satanás! Mas ya no la oyen.
Y mientras Dios se retira, Satanás les da lo que quieren: las cosas vanas. Y ellos se profesan "santos", porque ven que logran resultados sobrenaturales.
¿Qué les puede hacer Dios a esos voluntarios del Mal, que prefieren el ropaje iridiscente, las luces, los aplausos, a la cruz, a la desnudez, a las espinas, al asiduo obrar en sí mismos y en torno a sí en el Bien y para el propio bien y el de los demás?
¿Qué debe hacer Dios respecto a estos histriones de la santidad, que son sólo orgullo, patrañas y mentiras? Dios se retira.
Les abandona en manos del padre de la Mentira y de las Tinieblas.
Lo sobrenatural que viene de Dios existe, mas que no sea aceptado a primera vista todo frasco que lleve escrito: "Óleo de sobrenatural sabiduría" o todo libro cerrado en el que esté escrito: "Aquí está Dios".
Puede que del primero se desprendan hedores infernales y que el segundo encierre fórmulas heréticas.
Observad también el exterior del frasco y del libro; y, para dejar el lenguaje figurado, observad si se presenta humildemente, con generosidad y altruismo.
Si veis que su evolución hacia el Bien es lenta o falta del todo, abrid los ojos. Y abridlos dos veces si advertís en esta alma el placer de ser notada. Y si la encontráis soberbia y si la sorprendéis mintiendo, abridlos tres veces, diez veces, setenta veces.
© Apertum- Artículo para libre difusión.
Bibliografía:
Exorcística. Cuestiones sobre el demonio, la posesión y el exorcismo (2007). José Antonio Fortea Cucurull.
Cuadernos. Emilio Pisani editore (1976). María Valtorta